sábado, 16 de agosto de 2014

Motivación en la infancia del futuro trabajador-


Expresiones como “no tiene interés”, “le da todo igual”, “es una batalla diaria comenzar a hacer los deberes con él”, “se distrae constantemente”, “se olvida de apuntar los deberes”.
Probablemente no haya una respuesta única sino que tendremos tantas soluciones como niños haya, ya que cada uno de ellos presentará sus propias peculiaridades y circunstancias.

2- Aproximación al problema

Afirman que en cierta ocasión el genio de Albert Einstein desmintió que sus descubrimientos fueran fruto de su brillante inteligencia. De hecho, él mismo presentó diferentes problemas de aprendizaje durante su etapa escolar que lo relegaron a un plano muy discreto. Einstein aseguraba que todo el mérito no era tanto de su inteligencia sino de su perseverancia. En otras palabras tenía una gran motivación para triunfar en aquello que se propuso.
Cuando un niño se enfrenta al reto de ir a la escuela, asumir unos aprendizajes, hacer unos exámenes y aprobar, sus resultados van a venir determinados por dos grandes factores:
 
1- Su capacidad intelectual. Es decir, su potencial de aprendizaje.
2- Su motivación para el estudio.


Es fácil adivinar que un niño con un buen potencial de aprendizaje y una baja motivación tendrá malos resultados, haciéndose esto más evidente a medida que el niño se hace mayor ya que dependerá de más trabajo y horas de estudio. No obstante un niño con un potencial de aprendizaje normal o ligeramente bajo, pero con una alta motivación probablemente sacará adelante los cursos.
Por poner otro ejemplo, los niños calificados como
 “superdotados” que se caracterizan, entre otras cosas, por un elevado potencial de aprendizaje, pueden tener fracaso escolar e incluso no llegar a cursar carrera. Una de las causas es que su nivel de motivación se dirige hacia otros intereses fuera de la escuela. Podríamos pues concluir que la motivación para el estudio es el factor de mayor peso para predecir el rendimiento escolar de un determinado niño/a, si bien, es de esperar que un buen cociente intelectual (CI) facilite el aprendizaje y por ende la motivación del niño para estudiar, pero no siempre será así.

3- Por donde empezar: Algunas reflexiones previas

1- Conocer las características del niño. Hemos comentado que una buena capacidad intelectual sin motivación puede llevar al fracaso escolar, pero también, un niño que tiene capacidades limitadas o un trastorno específico del aprendizaje puede hacerle perder la motivación por el estudio. Por tanto si hay sospecha de cualquier dificultad en el aprendizaje, paralelamente a motivarle en sus deberes, deberíamos efectuar una evaluación para detectar estas posibles dificultades ya que si nos quedamos sólo en motivarle y no somos capaces de darle los recursos y medios que necesita para tal aprendizaje, probablemente no avanzaremos. 
2- Pregúntese cuándo el niño dejó de motivarse por los estudios ¿El niño siempre ha presentado una desmotivación hacia el colegio y el estudio o ha sido una cosa repentina? La respuesta a esta pregunta es importante dado que podemos valorar si estamos delante de una actitud que se ha ido construyendo, es decir, hay niños que siempre les ha costado avanzar y, por tanto, pueden haber desarrollado un cierto desinterés por algo que les cuesta más que a sus compañeros y esto les produce baja motivación. 
Es muy diferente cuando la desmotivación ocurre en un momento determinado del ciclo evolutivo del niño. El niño que baja repentinamente en sus calificaciones escolares en un momento dado puede señalarnos la intrusión de factores externos. Estos pueden ser de tipo familiar (problemas económicos, rupturas matrimoniales, etc.) pero también extraescolares. A veces nos encontramos con niños que son victimas fáciles de otros compañeros o incluso algunos que deciden bajar de notas para ser mejor aceptados en el grupo. Si no somos capaces de detectar estos problemas difícilmente podremos ayudar a motivarlo.

3- ¿Somos como padres unos modelos coherentes con lo que pedimos? ¿Somos coherentes con lo que les pedimos a nuestros hijos? ¿Estamos en condiciones de motivar a nuestros hijos?
Aquí va una primera regla de oro:
Los niños siempre aprenden más por lo que ven en sus modelos de referencia (normalmente padres) que por las instrucciones verbales que reciben de los mismos.
Esto quiere decir que si quiero motivar a mi hijo, yo debo ser el primero en dar ejemplo. Cómo puedo pedirle que lea un libro, que haga sus deberes, que se esfuerce, si nunca me ha visto coger un libro y disfrutar de su lectura y además se lo recuerdo tumbado en el sofá bebiendo una cerveza. Aunque el padre pueda alegar en su defensa que él ya ha trabajado y ahora se merece un descanso, de poco servirá si queremos motivar a nuestro hijo hacia el esfuerzo. No se trata de adoptar ningún rol especial sino de pedírselo con sinceridad, sentándome con él, diciéndole lo feliz que se siente de poder ayudarlo y lo importante que significa para nosotros verle hacer los deberes o estudiar.
Dedicar estos tiempos diarios a los niños es fomentar en ellos la motivación. No se trata de hacer teatro, cosa que molestaría más al niño, sino enviarle el mensaje de que estamos con él en su esfuerzo.
Si como adultos no hemos sabido transmitir ilusión, pautas, objetivos, constancia y también por que no, recompensas, no estaremos en las mejores condiciones para motivar a nuestros hijos.

Los cambios importantes que queremos implementar en nuestros hijos se harán realidad en tanto seamos capaces de aplicarlos también a nosotros mismos.


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